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Cielo, Infierno, Limbo y Purgatorio: Los Estados del Alma Católica después de la muerte

Los medios de comunicación han sacado a la luz pública un debate teológico sobre la posibilidad de “revisar” algunos conceptos referentes a la vida después de la muerte en el seno de la Iglesia Católica. Estos conceptos son conocidos por la gran mayoría de la sociedad occidental, aunque no siempre se conoce exactamente qué significan.

Se trata de “encajar” en la sociedad actual los diferentes “lugares” a los que puede ir el alma después de la muerte según la Iglesia Católica. Esto suscita controversias, sobre todo en lo referente a considerar estos “lugares” como algo físico o metafísico.

La tradición cristiana ha tendido a mostrar estos conceptos de una manera física para simplificar la explicación de los mismos. Quizá lo que esté cambiando es la forma de tratar a los fieles y no el concepto mismo, ofreciendo una imagen más “madura”.

Cristo Juez de Fra Angelico
El Cielo:
El Cielo católico representa el poder gozar de Dios por toda la eternidad. El llegar al Cielo es el fin último que tienen los humanos. El concepto metafísico de Cielo es similar al concepto hindú de Nirvana, en el que el hombre está en armonía con Dios y puede observarle tal y como es.

El conocer a Dios implica alcanzar el máximo nivel de paz y felicidad individual. Esta paz interior no es igual que la satisfacción que se obtiene en la tierra ni por sentimientos humanos ni, mucho menos, por placeres materiales. Va mucho más allá, es como todas esas sensaciones de felicidad que se puedan obtener en vida juntas y, además, eliminando toda preocupación y malestar.

Esto es lo que nos cuenta el dogma cristiano. Se cree que la simplificación del Cielo que ha llegado hasta nosotros, tratándolo como un lugar idílico y paradisíaco en el que sólo hay paz y felicidad sin ninguna carga física, es fruto de hacer comprender a todo el mundo el mensaje Católico sin entrar en complicaciones filosóficas que, quizá, sólo estaban al alcance de muy pocos.

De la misma manera, el tratar al Cielo como un lugar en el cielo físico es también una simplificación. La Teología Católica descarta que el Cielo se encuentre físicamente en algún lugar accesible para los vivos, mucho menos en el firmamento. De hecho, según el dogma Católico, el Cielo no se encuentra físicamente en ningún sitio, el Cielo es el Estado en el que las personas, reencarnadas en cuerpo y alma, conocen a Dios.

Por último decir que, según la Teología Católica, el Cielo no es sólo contemplación y conocimiento de Dios, que ya sería suficiente, sino que allí todos los agraciados con la vida eterna podrán participar en las tareas más gratificantes y placenteras para conseguir el plan divino de Dios.

El infierno:
Del mismo modo que el Cielo no es un lugar físico, el infierno es su equivalente al que llegarán, según la tradición Católica, todos aquellos que no han cumplido con los mandatos de Dios en vida y, por lo tanto, estarán condenados a no conocer a Dios.

En la benevolencia divina cabe entender que sólo los que eran conscientes de estos mandatos son los que conocerán el Infierno como símbolo de rechazo de Dios. El hombre es libre de actuar según el mandato de Dios o de hacerlo en contra, es decir, de tomar parte en el conocimiento final de Dios en el Cielo, o de darle la espalda y decidir no salvarse y acudir a un lugar privado de todo lo bueno que supone el Cielo.

Por lo tanto, todas las figuras retóricas del Infierno como un lugar en el interior de la Tierra lleno de fuego sólo suponen una simplificación para ser entendida por la gente, al igual que el Cielo. El verdadero infierno supone la condenación a no conocer a Dios y no poder hacer nada para remediarlo porque se perdió la oportunidad en vida.

El concepto teológico de Infierno es fundamental para la doctrina Cristiana, ya que la parte fundamental del dogma de fe cristiano recae en la creencia y convencimiento de que Jesús murió para mostrar el camino a la humanidad para, primero, alcanzar a Dios en el Cielo y, segundo, librarse de la condenación eterna en los Infiernos.

Por lo tanto, al igual que el Cielo, el concepto del Infierno supone la negación eterna de la salvación y, por lo tanto, no tiene marcha atrás. También, igual que en el caso del Cielo, está en manos de los hombres el alcanzar el Infierno o sortearlo.

En el Infierno el cuerpo del condenado también se reencarna, como ocurre en el Cielo, pero en este caso el cuerpo es igual que el que tuvo en vida y, por lo tanto, es susceptible de pasar dolor, enfermedades y fatigas.

En el seno del pensamiento Católico hay un cierto debate sobre la posibilidad de eludir el infierno. La misericordia de Dios es eterna, según dicta la fe Cristiana, y no permitiría que los hombres, a quienes considera hijos, vayan al Infierno. El debate transcurre entre los que creen que Dios salva a todos los hombres en el momento final y los que creen que es el hombre el que decide salvarse o no con el cumplimiento firme de la doctrina y con el arrepentimiento de lo que no haya cumplido en vida. Sin este último acto, por lo menos, no habría salvación.

Es más, habría una hipótesis que negaría la propia existencia del Infierno. Esta teoría se basa en que la misericordia infinita de Dios impide ver a uno de sus hijos en el Infierno y, aquel que le dé la espalda no sufrirá un castigo eterno, sino que simplemente será privado de conocer a Dios en el Cielo – que según la fe católica es un castigo enorme de por sí – extinguiendo su existencia total después de la muerte.

El Purgatorio:
El Purgatorio es aquel Estado de las almas cuyos portadores se han salvado del castigo eterno del Infierno pero que no están del todo preparados para conocer a Dios. Al igual que Cielo e Infierno, el Purgatorio no es un lugar físico, sino un estado que existe entre la vida eterna en el Cielo y la vida terrenal.

El arrepentimiento es el primer paso para ir al Purgatorio y salvarse del Infierno, pero el arrepentimiento no borra los pecados. Pasar un tiempo en el purgatorio, según la fe Cristiana, es necesario para purificar el alma antes de poder conocer a Dios. No es agradable estar en el Purgatorio, porque es un estado de arrepentimiento y de espera. Sin embargo, es también un lugar de cierto regocijo porque el alma sabe que en algún momento podrá estar en comunión con Dios.

La pena que se impone en el Purgatorio no solo es temporal, es una purificación del alma muy dura en la que el purgado tendrá que reparar todo lo que no reparó en vida.

El Limbo:
El limbo es conocido como ese “lugar” al que acuden los niños sin bautizar según la fe Católica, pero el limbo nunca fue un dogma, sólo una hipótesis teológica

El fundamento teológico del Limbo se centra en la posibilidad de que existan almas que no hayan sido libradas del pecado original a través del bautismo pero no tengan ningún otro pecado. Así como el Cielo o el Infierno son entidades metafísicas mencionadas en las Sagradas Escrituras, del Limbo sólo se ha concluido su posible existencia a través de la imposibilidad de que la misericordia de Dios deje sin salvación a aquellos que no han podido ser bautizados por las razones expuestas. Por ello se pensó en la existencia de un límite entre el Infierno y el Cielo, limbus. Se hablaba, por tanto, de dos tipos de limbo: aquel destinado para los que no habían sido bautizados por nacer antes de que Cristo promulgara este sacramento y aquel destinado a los niños que mueren antes de poder ser bautizados.

De hecho se reconoce desde la Iglesia la posibilidad de la salvación fuera de los Sacramentos, aunque la mayor parte de estos métodos sólo son conocidos por Dios. El único medio conocido por la Iglesia para la salvación son los sacramentos. Uno de estos medios fuera de los sacramentos es el Bautismo de deseo, en el que la Comunidad Cristiana comparte el deseo de Dios de que toda la humanidad sea salvada y que un alma no bautizada, que sólo mantiene la impureza del pecado original, sea salvada. Otro método es el Bautismo de sangre, que obtienen aquellos que sin ser bautizados mueren por defender su fe en Cristo.

El uso del Limbo en la terminología Católica se remonta al IV Concilio de Letrán y es, de los términos en cuestión, el único que realmente se está replanteando. Son muchas las voces de la Iglesia que comentan que el Limbo sólo fue una simplificación para tranquilizar a los vivos sobre lo que les ocurría a sus muertos en un momento en el que no había gran flexibilidad para explicar de otra manera el destino de las almas de estos difuntos.

Conclusión:
Los estudiosos de la Biblia del Evangelio no creen ver ninguna novedad teológica en el debate sobre cómo usar estos términos. Parece claro que la Iglesia nunca ha reconocido el Cielo, el Infierno y el Purgatorio como lugares físicos a los que va el hombre, sino como estados posibles del alma de un difunto.

Parece también claro que las simplificaciones del pasado han podido llevar a falsas conclusiones sobre lo que la realidad teológica de estos conceptos implicaba y que estas simplificaciones surgieron para no poner en duda la misericordia y justicia de Dios.

La importancia Teológica de estos conceptos puede ser el concepto de predestinación de las almas. Frente a otras religiones, como por ejemplo las indoeuropeas o algunas asiáticas, el alma católica no está predestinada. Queda claro en la fe Católica que el hombre tiene un instinto para salvarse, ir al Cielo y reencontrarse con Dios, pero es la acción libre del hombre la que le destinará a que su alma se encamine a cada uno de los tres estados después de la muerte.

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